Algunos personajes reaparecen en la obra de un autor con la insistencia cara a las obsesiones. Como tópicos recurrentes, geografías o atmósferas reconocibles, un carácter –por caso, un detective– puede aflorar en una poética con su singularidad, arrastrando simultáneamente un pasado tan personal como literario e histórico.
Lo sabe el guionista, poeta de ocasión e infatigable narrador Juan Sasturain (González Chávez, 1945). En Tinta china, su última y extensa novela, quien regresa es el veterano Julio Etchenike, el investigador privado que subió por primera vez a escena con Manual de perdedores, opera prima (y folletinesca) del autor a comienzos de la década de 1980 y que, luego de otras tantas aventuras impresas –cinco, por ahora–, retorna con un caso tan peliagudo como político.
Como es habitual, el protagonista recibe la ayuda de sus dos acérrimos asistentes: Antonio “Tony” García –antiguo mozo de bar– y el Negro Sayago –antiguo boxeador pesado–; y como suele ocurrir en el policial negro, Etchenike se enrenda en una investigación en la que los actores se multiplican, los vínculos se extrañan y los riesgos se acrecientan.
Corre el año 1979. Los historietistas (reales) Hugo Pratt y Jean Giraud llegan a la Argentina para participar de la Bienal del Humor y la Historieta (evento real, acaecido en Córdoba aquel año). Cuando un amigo de estos, el dibujante (y ficticio) Osvaldo Pirozzi, desaparece del hospital en el que estaba internado por una descompensación, se pone en marcha una investigación en la que los engranajes del género –desde la femme fatale, el aura opacada (o, mejor dicho, avejentada) del héroe, hasta los giros sorpresivos de la trama– se aceitan con facilidad. Es que Sasturain es un especialista en la materia, siendo como es escritor, analista, lector compulsivo –fanático sesudo, a fin de cuentas– de los relatos de masas.
Lo negro del relato deriva con naturalidad del marco temporal de la historia argentina. Los comisarios –que pueden, incluso, ser buenos tipos– hacen de las suyas con una desfachatez mayor a la que actúan en democracia; los servicios y los asesinos paraestatales se manejan con impunidad y los falcones verdes circulan desvergonzadamente. Etchenike lidia con violencia pesada en una Buenos Aires que muestra también su perfil conurbano. Sasturain, con un amor carente de toda nostalgia, brinda un pantallazo fugaz a los entretelones de ciertas prácticas y actores de un mundo editorial historietista que ya no existe –no al menos de esa manera–. Más cerca de Soriano que de Piglia, Tinta china homenajea a Oesterheld de diversos modos, aunque Sasturain sabe, al igual que su detective, que los casos verdaderamente dramáticos –el Terrorismo de Estado, la desaparición del guionista de El eternauta y su familia– podrán explicarse pero jamás resolverse.
Tinta china
Por Juan Sasturain
Alfaguara
464 páginas, $ 38.399